lunes, 8 de marzo de 2010

Química



Hacía algunas largas semanas que andábamos bastante alterados. Momentos en que íbamos de un lado a otro sin parar, hasta que por fin encontrábamos la tan ansiada calma luego de la tormenta. Pero todo era inútil, la tempestad volvía a desatarse, y uno ya no sabía casi hacia donde se dirigía, atosigado por las oleadas. Días… los había agitados en su gran mayoría, y otros en los que la calma reinaba excepto por algunos momentos.
Aquella mañana era uno de esos excepcionales días en los que uno sospechaba que iba a navegar tranquilo y sin ningún sobresalto, casi adormecido. El oleaje era apenas visible y el sol brillante presagiaba un cielo sin tormentas.
Hallábame casi entre sueños, dirigiéndome automáticamente a mi destino, en el instante en que una brisa
suave comenzó a soplar. En principio resultó agradable aunque luego logró sacarme de mi letargo. Con el correr de los minutos el cielo terminó por perder su azul cristalino para dar paso a los más negros nubarrones. La suave brisa se había transformado ahora en incontables ráfagas de viento que no hacían mas que empeorar la situación y echar por la borda la apacible mañana hasta el momento vivida.
Era inevitable, la tormenta ya nos había alterado a todos y nuevamente estábamos viviendo uno de esos días agitados que en nuestra conciencia aparecerían como los más largos. Sin mediar aviso me vi sorprendido por un abrumador y enérgico vendaval que golpeó mi rostro ferozmente. Mientras, el firmamento cobraba una forma nunca antes vista en semejantes circunstancias. Aquella imagen me dejo con la mente estupefacta, casi en estado de shock. Luego de aquel instante me demoré varias horas en reaccionar y recobrar el conocimiento completamente, pues todavía conservaba grabado en la conciencia aquel cuadro tan perfecto y crispante. El resto del día logramos seguir avanzando. En parte debido al efecto de aquel poderoso y singular vendaval que dejó un vestigio narcótico en el aire, y, en parte gracias a que, afortunadamente para todos, aquella tempestad fue tan intensa como efímera.
En todos estos años recorriendo mi mundo y siendo veterano ya de incontables tormentas y tempestades, podría afirmar con total seguridad que, jamás en mi vida había sido testigo de tan descomunal y particular accionar de las fuerzas de la naturaleza.

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