domingo, 21 de marzo de 2010

Una sola cosa


Despertó esa tarde muy sudado luego de un feo sueño. Con los ojos entreabiertos, escuchó intermitentemente una conversación poco afortunada, comenzó a pensar. Con una dosis más elevada de la desidia de siempre, se dispuso a levantarse. Le costo aún más vestirse a la vez que pensaba en ir al baño. A esa altura los pies le pesaban bastante. Mientras estaba parado haciendo lo suyo, miró hacia arriba y se sintió envuelto en aquellos pensamientos recurrentes, esos que tanto lo atormentaban, que le contaban la realidad de su vida sin pelos en la lengua. Pensamientos que él mismo gestaba con su enclaustrado accionar diario y cotidiano. Luego de abrocharse los pantalones se acercó al lavamanos y se miró al espejo. En ese momento aquellos pensamientos se multiplicaron de forma asombrosa, de manera que comenzó a percibir que algo lo acechaba. El sabía que en ese pequeño habitáculo de dos por dos había algo que estaba pronto a atacarlo. Una nueva mirada al espejo disparó el arsenal que aún guardaba. En ese instante se dio cuenta que no podía moverse. Los pensamientos habían cobrado vida y lo sujetaban con fuerza de sus extremidades, impidiéndole cualquier reacción. Desesperado y haciendo un uso desmedido de su fuerza logró liberar su brazo izquierdo, “el más débil” pensó. Con lo cual este quedó atrapado nuevamente.
La situación había pasado ya por la fase en la que uno suele sorprenderse, y el muchacho se estaba comenzando a resignar a quedarse allí, inmóvil frente al espejo. Unos minutos más tarde escuchó que desde afuera alguien le preguntó si se encontraba bien, pues ya había demorado demasiado tiempo en el baño. El, al intentar responder, advirtió que estaba completamente paralizado, incluso su lengua. No podía articular palabra. Aquella locura lo sometía fuertemente. El hecho le despertó un sentimiento de ira tan terrible que decidió a reanudar la lucha por librarse nuevamente, aunque se encontraba en clara desventaja.
En el momento más duro de la contienda, una dulce y familiar voz invadió el campo de batalla. En ese instante el tiempo pareció detenerse y el muchacho solo pudo pensar exclusivamente en una sola cosa. Luego de un momento, advirtió que podía moverse y corrió velozmente atravesando la puerta para encontrarse con el agradable refugio de dos cariñosos brazos extendidos. Una vez allí, seguro y protegido, pensó: “hoy me salvé”… ya se sentía un poco más cansado.